Cinco de Mayo: una batalla ganada, una historia perdida
- migueldigon@hotmail.com
- 5 may
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Actualizado: 5 may
Un feriado entre el bronce y el olvido
El Cinco de Mayo ocupa un lugar privilegiado en el imaginario patrio mexicano. No obstante, aunque esta res gestae encarna la heroicidad nacional, su conmemoración en México es más simbólica que real. Para muchos, no pasa de ser un puente más; y fuera de la ciudad de Puebla —o del calendario escolar regido por la SEP— son pocos los que la celebran con auténtico fervor, como sucede con el 15 de septiembre.
Paradójicamente, al otro lado de la frontera, el Cinco de Mayo ha adquirido un protagonismo insospechado: en Estados Unidos se convierte en un auténtico derroche de "mexicanidad". Allá, esta fecha se vuelve la máxima expresión de un patriotismo colorido, porque en gringolandia, más que en ningún otro lugar, se reafirma esa idea tan nuestra de que "como México, no hay dos".


Ignacio Zaragoza y la Batalla de Puebla: La gloria en minúsculas
La Batalla de Puebla, ocurrida el 5 de mayo de 1862, es un episodio clave en la construcción del Estado-nación mexicano dentro de la narrativa liberal del siglo XIX. Bajo el mando del general Ignacio Zaragoza —quien, seguramente, jamás imaginó que terminaría dando nombre a avenidas, estaciones del Metro y colonias perdidas en el urbanismo nacional—, el ejército mexicano derrotó a las tropas francesas en una jornada que, si bien simbólicamente poderosa, fue militarmente modesta: el grueso del ejército imperial francés ni siquiera había llegado.
Aquel día, el Goliat texano vencía al David de París: Napoleón III, que, como su célebre tío, ambicionaba fundar un imperio, esta vez en suelo americano. Pero la Batalla de Puebla le mostró que, por más romanticismo imperial que ambicionara, no lograría intimidar a los anglosajones ni consolidar su dominio continental a través de la sumisión de los latinos.
“Las armas nacionales se han cubierto de gloria”, proclamó Zaragoza (interpretado por Kuno Becker en la peli Cinco de Mayo: La batalla, 2013). Y sí, aunque la gloria fue breve, la frase quedó impresa en los libros de texto, en la película de Rafael Lara y fundida en el bronce de la memoria oficial. Porque más que una victoria militar, aquella batalla supuso la creación de uno de los grandes mitos de unidad nacional, de esos que todos los gobiernos usarían para construir su propia historia patria desde el juarismo hasta la actualidad.

Hoy, el Museo Interactivo en Puebla ofrece una experiencia tecnológica atractiva, sí, pero repite una narrativa rancia, casi catequética, desconectada del público actual. Se insiste en la exaltación de una historia de bronce —por aquello de los zacapoaxtlas— que evita las contradicciones incómodas: por ejemplo, que apenas un año después de la célebre batalla, las tropas francesas regresaron, sitiaron Puebla durante 62 días... y la tomaron. O que muchos de los que en 1862 defendieron la República, no tardaron en apoyar el Imperio de Maximiliano y Carlota.
(Algún lector inquieto podría preguntarse por qué no se menciona que muchas de estas familias "patrióticas" hoy conservan sus apellidos ilustres y sus privilegios. Que alguien consulte los registros civiles poblanos, si no le da miedo el polvo).

Identidad mexicana: entre el orgullo arqueológico y el malinchismo encubierto
En el fondo, esta conmemoración, como casi todas las conmemoraciones, sigue revelando una de las viejas heridas de la identidad mexicana: esa bipolaridad nacional entre el orgullo por desenterrar el tesoro que Cuauhtémoc vino a esconder y el malinchismo que nos hace preferir la copia barata del shopping gringo.
Por un lado, nos embriagamos con la idea de una historia gloriosa, milenaria, tolteca si se puede. Y por el otro, hacemos fila en Costco para comprar el tequila en oferta para brindar por Zaragoza... con margaritas.
Cinco de Mayo en EE.UU.: La mexicanidad en modo nacho supremes
Del otro lado del Río Bravo, el Cinco de Mayo —junto con el Mes de la Herencia Hispana— se ha consolidado como una de las grandes celebraciones de la comunidad mexicana en Estados Unidos. En estas fechas no faltan el chupe, la comida típica, tópica, tóxica y, por supuesto, la música ranchera que enciende el inconsciente colectivo.
Es un día de orgullo y reafirmación cultural, comparable al Saint Patrick’s Day o incluso al Super Bowl. Y eso se debe, en parte, a que marcas como Corona supieron desde los años noventa capitalizar la fecha con campañas que asociaban cerveza y folclor mexicano.
La diáspora mexicana se viste de gala: pochos y chicanos organizan desfiles, ferias, conciertos y actividades comunitarias que celebran con entusiasmo una mexicanidad "agringada". Es una identidad híbrida, que florece entre fronteras pero no olvida sus raíces. Una mexicanidad más Mexican Curious que los propios estereotipos gringos sobre México, en tiempos donde algunos terminan siendo más papistas que el Papa... que por cierto, aún no sabemos quién es.

Morena desfila donde antes marchaba el PRI: El desfile como herencia genética del poder
El desfile cívico-militar, heredero de la solemnidad posrevolucionaria del PRI, sobrevive hoy bajo el maquillaje de la "transformación". Claudia Sheinbaum inicia el día con la habitual "mañanera del pueblo" —ese ritual heredado de la Cuarta Transformación— antes de trasladarse a Puebla. Allí, junto al gobernador Alejandro Armenta Mier, preside el desfile conmemorativo del 5 de Mayo desde el mausoleo de Ignacio Zaragoza, convertida en protagonista de un guion que mezcla solemnidad cívica y marketing político.
Todo está perfectamente orquestado en una coreografía donde la patria se representa entre héroes reciclados y performance de cartón piedra. Es la tragicomedia mexicana de la Quinta Transformación: nuevos rostros, mismo libreto. No faltan miles de adolescentes con panderetas, en contingentes de faldas de tablones y falda-shorts que se contonean al ritmo de algún corrido tumbao que llevan tatuado en la médula espinal.



El Cinco de Mayo, entre cañonazos de historia oficial recalentada, margaritas Tex-Mex aguadas y desfiles kitsch, sigue siendo un espejo donde se reflejan las tensiones entre memoria, poder y cultura. Y entre tanto show, los mexicanos —de uno y otro lado de la frontera— sueñan con sueños de opio, como diría Chava Flores. No solo pierden el camión: pierden también el rumbo histórico.
Lo único auténtico de todo esto es ver a las madres, padres y familiares que asisten a ver desfilar a sus hijos (al menos en Puebla) con toda su ilusión y cariño. Allí, donde ya es tradición ver pasar a sus pequeños por última vez luciendo kepis, uniformes, tambores, banderines o cornetas, y uno que otro timbal.
Desde Zaragoza hasta Sheinbaum, pasando por el mariachi neoyorquino y la escenografía coreografiada del desfile, todo parece cambiar... para que todo siga igual. Como en Il Gattopardo (1958), la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y su versión fílmica de Visconti (1963), donde el poder se disfraza de novedad mientras perpetúa su vieja maquinaria. Solo que aquí, a diferencia del filme, no contamos con la hipnótica presencia de Claudia Cardinale. Nuestra Claudia es experta en física, sí, pero no irradia la química que convirtió a la Cardinale y a la Batalla de Puebla en mito.


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