Emilia Pérez: ¿Innovación o cuota woke?
- juaninchausteguic

- 31 ene
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No es ningún secreto que Emilia Pérez ha desatado una tormenta de opiniones divididas. Desde su paso por festivales, la cinta de Jacques Audiard ha sido recibida con aplausos en el extranjero, tanto en Europa como en USA, pero en México, su tratamiento del narcotráfico, su falta de autenticidad y su peculiar aproximación al musical han sido fuertemente criticados.
Sin embargo, más allá de las polémicas, lo que realmente debería importar es su calidad como película, sobre todo cuando ha roto record de nominaciones al Oscar (13 nominaciones). Sí, trece. Ni Roma de Cuarón, ni Parásitos de Bong Joon-ho lograron tantas. La pregunta es: ¿las merece? Y la respuesta corta es: no. La respuesta larga es este análisis.

Un híbrido que nunca encuentra su tono
Audiard se arriesga al mezclar géneros y eso se agradece, ante una industria del cine que solo le apuesta al remake del clásico, al blockbuster y la superproducción intervenida con IA como Wicked y Dune: Part 2. Emilia Pérez más que mezclar, revuelve la comedia musical, el melodrama, el thriller y, de vez en cuando, un intento de surrealismo. Éstos dos últimos, de haber sido bien logrados, habrían conquistado a México, ya que es su género dramático como país, y con más aderezos de humor negro y teatro del absurdo.
Sobre el papel, la premisa suena interesante: un poderoso capo del narcotráfico que experimenta disforia de género decide someterse en secreto a una cirugía de reasignación sexual (que ahora ya se llama reafirmación) y renacer como Emilia Pérez. Un concepto potente, que, en otras manos y con un mejor guion, podría haber resultado en un filme memorable. Sobre todo, en la moda wokie de la inclusión del género trans en la nomenclatura cada vez más larga LGTTBIQ+
Pero, el problema fundamental es que la película no logra conectar emocionalmente con el espectador. ¿Por qué? Porque las malas decisiones narrativas, técnicas y artísticas, que incluyen el acting, la dirección, fotografía, montaje, sonido (salvo las canciones la película no se oye bien) entre otros, entorpecen cualquier posibilidad de empatía con los personajes y su conflicto.
Las canciones, lejos de aportar a la historia, parecen ejercicios de recitación escolar con melodías monocordes, pobreza en las letras, las coreografías, metidas a la fuerza, y los diálogos que parecen traducidos por Google en su peor día, hacen que la película luzca más como un experimento fallido que como una obra arriesgada. Y no porque un musical no conecte al tono drama, y para muestra “The Joker 2 Folie a Deux” donde la música es una gran narradora de la historia y lloras porque lloras.

La actuación de Zoe Saldaña, que brilla con luz propia, es insuficiente para salvar el desastre interpretativo de Karla Sofía Gascón, cuya actuación es más inexpresiva que un botox mal puesto, y en total estereotipo del travestón; y Selena Gómez, aún con su dolor en la vulva, actúa con la misma emoción con la que lee un contrato de Disney, y su español suena como si lo hubiera aprendido viendo Dora la Exploradora, aunque se diga que su personaje es pocho. De repente parece que va a decir “Cámbiate a Pantene y notarás la diferencia”.
Una estética artificial y una representación superficial
Audiard no ha pisado mucho México y eso se nota. Su recreación de la Ciudad de México se siente más como una maqueta de telenovela que como un reflejo realista o al menos verosímil. Desde un tianguis con manteles relucientes, chilangos con un fenotipo muy extraño, hasta una casa lujosa de narco, en Las Lomas, con palmeras en plan Sunset Boulevard, que más parece de un new rich de la central de Abasto. Y no porque los narcos tengan buen gusto, sino porque no se le ve el varo a Emilia. Y qué decir de la Fundación “Lucecita” para las buscadoras de cuerpos desaparecidos, que parece un refugio de migrantes en total abandono.
El tema del narcotráfico se aborda con una superficialidad casi ofensiva. En lugar de un retrato complejo sobre el poder y la violencia en México, lo que tenemos es una simplificación absurda, donde la redención del personaje principal ocurre con una facilidad sosa e insultante: Emilia "renace" y de repente decide abrir una ONG para buscar desaparecidos, como si el conflicto con su pasado criminal pudiera resolverse con un simple cambio de ropa y actitud. La película ignora por completo el impacto real del narcotráfico en las víctimas y, en su lugar, usa la historia de Emilia como una herramienta narrativa para cumplir con una cuota de representación.
El arco de Emilia Pérez y la disforia de género
Uno de los mayores problemas de la película es la manera en que aborda la disforia de género. En teoría, Emilia Pérez podría haber sido una exploración profunda sobre la identidad, la opresión y la redención en una cultura tan machista y tan peculiar como la del narco mexicano.
"Manitas" del Monte (Karla Sofía Gascón) es un capo del narco mexicano que, pese a su poder, esposa (Selena Gómez) y familia, es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre, en un mundo ultramachista. Para lograr su transición, contrata y por una suma exorbitante de dinero, a la abogada Rita Mora (Zoe Saldaña) quien le ayuda los trámites de su cirugía y a fingir su muerte para renacer como Emilia Pérez. Cuatro años después, Emilia decide recuperar a sus hijos, presentándose como un supuesto pariente de Manitas, aunque solo su hijo sospecha la verdad. De manera repentina, Emilia siente el llamado a la redención y funda una ONG para mujeres buscadoras de desaparecidos, intentando limpiar su pasado criminal con acciones altruistas.
Lo que vemos en pantalla es un conflicto tratado de manera apresurada y superficial. En vez de sumergirse en las emociones y dilemas de una persona trans, la cinta se enfoca más en la espectacularidad de la transformación que narra con canciones de musical nivel festival de primaria y coreografías con calzador. ¿Recuerdas The Danish Girl (2015) y el conflicto entre Gerda (Alicia Vikander y Einar (Eddie Redmayne) cuando se convierte en Lili?
La transición de Emilia se siente más como una estrategia de escape que como una exploración auténtica de la identidad de género. La narrativa nunca permite entender realmente su proceso interno, su lucha psicológica o emocional. Después de 4 años de ser ya una mujer, le nace una necesidad imperiosa por la maternidad/paternidad y solo porque una madre buscadora le pasa una foto de su hijo perdido, pasa de narca a protectora de las madres buscadoras y de paso muestra su lado lésbico al tener sexo con una de las madres buscadoras.

Vemos más algo así como un "cambio de piel" que mágicamente le otorga una nueva vida, lo cual trivializa la experiencia trans y la reduce a una simple transformación estética.
Sus 13 nominaciones al Oscar: Mejor película, mejor actriz (Karla Sofía Gazcón), mejor actriz de reparto (Zoe Saldaña), mejor guion adaptado, película internacional, banda sonora, canción original, sonido, fotografía, montaje y maquillaje y peinado son un alucine y aplican de manera perfecta en la cuota Wokie Hollywood, tan suya para visibilizar a las minorías, lucir inclusivo de cualquier tema, negros, mujeres, LGTB, y las de moda de este despiertismo izquierdoso, el medio ambiente, el liberalismo, el acoso, la violencia de género y una retahíla de nuevos temas.
En un contexto donde la representación de personas trans y la diversidad en el cine es más importante que nunca, Emilia Pérez podría haber sido una película trascendental. Sin embargo, su falta de profundidad, su mala ejecución y su desconexión con la realidad mexicana la convierten en una obra fallida.
Las nominaciones al Oscar parecen más un gesto simbólico que un reflejo real de la calidad del filme. Y aunque la visibilidad de temas como la identidad de género y el narcotráfico en el cine mainstream es necesaria, no se puede justificar la mediocridad en nombre de la inclusión.
En resumen: Emilia Pérez no merece ganar. Ni por su guion, ni por sus actuaciones, ni por su dirección, ni por francesa hablada en español, etc. Quizás lo único que merezca sea un reconocimiento a Zoe Saldaña, la única que logra salvar algo de esta catástrofe cinematográfica o inventar una categoría nueva al Oscar: la del mejor escándalo mediático. Y ahora sí, vengan los trancazos por mi humilde opinión.











Totalmente de acuerdo, ni la misma comunidad LGBTIQ+ apoya esta bazofia ya que solo refuerza estereotipos que perpetúan una cultura plagada de abuso y violencia.